PREGON DE SEMANA SANTA
ALMANSA 2.O13
SALUDOS.
Siempre es difícil comenzar
algo.
Siempre es difícil servir,
en cierto modo, de referencia.
Siempre es difícil estar
aquí en una tribuna ante la atenta mirada de tanta gente.
Sin embargo, siempre es
también fácil, si lo haces ante los tuyos, ante gente que sabes que te quiere…
Cuando Mari Sensi me llamó para invitarme a hacer este pregón y
la insistencia posterior de mi buen
Manolo López, surgieron en mí varios sentimientos. El primero, un cierto
temor ante la propuesta. Después
consideré casi una osadía el aceptar y, finalmente, un cierto orgullo al pensar
que en Almansa todavía se me recordaba y se seguía contando conmigo. Al final,
quedé tan envuelto del optimismo que irradiaban Mari Sensi, Manolo y, después J. Miguel Belotto que no tuve más
remedio que aceptar complacido el encargo.
Almansa significa mucho,
como bien sabéis, en mi vida y en la vida de mi familia.
Aquí comencé a trabajar en
una profesión maravillosa, al igual que Ana Mari, mi mujer y mi guía
permanente.
Aquí pude saborear la
grandeza de una profesión como es la enseñanza y mi dedicación en cuerpo y alma
a la tarea no sólo de enseñar, sino de “educar
“ a un colectivo de chicas y chicos .
La verdad es que tuve la
inmensa suerte de contar de contar con
un colectivo extraordinario de compañeros, alumnos y padres.
Y fue primero el Episcopal,
sede de mis mejores y más ambiciosas pruebas de mi tarea educativa.
Después el Pemán, que sólo
aguantó ese año antes de su demolición.
Y estrenamos el Príncipe,
que significó una revolución en mi vida. Fueron
años en los que hubo momentos felices difíciles de olvidar junto a toda
la comunidad educativa.
Y aquí me casé y aquí nacieron y dieron sus primeros
pasos nuestros hijos Manuel y Ana.
Y, también aquí, mis
flirteos con la música. Con “mis coros“
y con una aventura y una historia vivida tan intensamente como fue la
creación de SIEMBRA. Es difícil de explicar algo que marcó profundamente tanto
la vida de aquellos jóvenes inquietos como la mía y la de mi familia.
Y todo ello a la sombra de
algo tan importante como el Castillo y
también en el regazo de una madre que acunaba y acuna día a día a todos los
almanseños.
“Almansa postrada te aclama,
Virgen de Belén…”, dice su himno.
Aquí y ahora quiero yo ser tu
humilde VITORERO.
Y postrado quisiera que este
pregón pudiera ser un pequeño aldabonazo en cada uno de vuestros corazones.
¿Y qué pregonamos?
El Misal de la Comunidad del
Domingo de Ramos dice:
“Hay hombres buenos en el
mundo. Hombres que se despojan, que son capaces de vivir en solidaridad, que
cargan con las vejaciones de los oprimidos hasta perder trabajo, libertad (…).
La pasión del Señor es una
muestra inigualable de que el verdadero camino de la perfección del hombre es
el amor a los demás, hasta ser capaz de dar la vida por ellos. La firme
convicción de la fe cristiana proclama que “quien pierde su vida la gana para
siempre.”
Esta pasión por los demás ha
hecho que yo hoy esté aquí.
Hermanas, hermanos,
cofrades, costaleras y costaleros de la Archicofradía de la Real e Ilustre
Esclavitud con su amor, devoción y dedicación a vuestro querido Jesús de
Medinaceli, la Dolorosa y al Cristo de
la Buena Muerte; y la Hermandad y Cofradía
de Nuestro Padre Jesús del Calvario y María Santísima de la Esperanza han hecho
carne de su carne y sangre de su sangre este mandato de amor a los demás. Han
cargado sobre sus hombros la enorme y dulce tarea de hacer que Almansa viva su
Semana Grande, su Semana Santa con mayor fervor e intensidad. Que cada almanseño o almanseña se sienta estos días un
cofrade más, un hermano más. Y que la ilusión de su esfuerzo y trabajo contagie
a todos aquellos que todavía “sienten” que Jesús se lo merece.
Estoy seguro de que a todos
ellos les gustaría vivir la experiencia extraordinaria que el gran Francisco de
Asís nos narra en su libro Florecillas (Llagas V):
“Comencé a contemplar
devotamente el desbordado amor de Jesús
crucificado y el desmesurado
dolor de su pasión. Su vista engendró en mí tanta compasión, que me
parecía sentir propiamente aquellos
dolores en mi cuerpo, y con su presencia
todo este monte resplandecía como el sol (…). Después de algún espacio,
Cristo partió y se volvió al cielo, y yo me quedé señalado con estas llagas”.
Dice una homilía pascual de
autor desconocido:
Podemos decir que la Pasión del Salvador es la
salvación de la vida de los hombres. Para esto quiso el Señor morir por
nosotros, para que, creyendo en El, llegáramos a vivir eternamente. Quiso ser
por un tiempo lo que somos nosotros, para que, participando de la eternidad
prometida, viviéramos con El eternamente.
Esta es la gracia de estos
sagrados misterios, este es el don de la Pascua, este es el contenido de la
fiesta anhelada durante todo el año, este es el comienzo de los bienes
futuros”.
Esta es la base fundamental
para entender la Semana Grande, la Semana Santa: el proyecto de Jesús a través
de de su Vida, Pasión y Muerte y Resurrección.
No es posible quedarnos en
una sola, hay que contemplar las tres.
Dentro de unos días
celebraremos una fiesta.
Jesús, sólo unos días antes
de morir, promovió una entrada festiva y multitudinaria en Jerusalén. De
carácter y formas plenamente mesiánicas (el pollino, los mantos alfombrando el
camino, el grito de hosanna y las aclamaciones al hijo de David y al Reino que
llega).
Esta entrada tuvo poco que
ver con el Mesías victorioso sobre sus enemigos que imaginaba el pueblo.
Fue la entrada de un Mesías
de paz.
Poco podíamos imaginar que
los que gritaban alegres, días después, gritarían otra consigna…
Jesús, la tarde anterior a
su pasión, quiso celebrar la Pascua con
sus amigos. Fue una cena de despedida y fue una cena dolorida.
Jesús, a través de palabras,
de gestos y signos misteriosos, manifestó su testamento espiritual.
Todos lo recordamos con la
palangana y la toalla ceñida a la cintura lavando los pies a los discípulos…
El que era el más grande se
propone como modelo de acción.
Todos recordamos el “Tomad y
comed…”
Día grande, día de
Eucaristía, día en que nos alimentamos con su cuerpo y sangre. Todos los días
podemos hacerlos Jueves Santo, si queremos…
Amor enamorado,
Un amor roto en mil pedazos,
Comed mi amor, comedme a mí,
Así poquito a poco,
saboreando.
Tiene del cielo y tierra
vitaminas,
Alimento completo e inmortal
medicina.
En el seno de una Virgen
amasado y sazonado,
En el horno del Espíritu
cocido,
por golpes enemigos
dividido,
y en manos amistosas
ofrecido.
Es un pan bello, inmenso,
nutritivo,
Peso de gracia, huele a
resurrección,
Se come en el banquete del
Reino,
Y sabe a Dios.
Comed mi pan hasta saciaros,
Comed mi pan hasta
entrañarlo,
Comed mi pan hasta la
Pascua,
Y así, resucitados, haceos
pan.
Y también recordamos “entre
vosotros está el que me entregará…”
¡Qué dolor debió sentir…!
El paso del Jueves al Viernes es Getsemaní, la oración en
el huerto. Quizá sea el momento más difícil pera Jesús de toda la Pasión.
Getsemaní
es el sufrimiento del alma, es oscuridad y turbación, es angustia y agonía.
Agonía significa lucha intensa, y en esa lucha su
sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra.”
¿Y sus amigos?
“Los encontró dormidos…”
¡Qué desilusión!
Y después una noche llena de
insultos y desprecios, que nos conducirá a la Cruz, al crucificado.
La crucifixión era un
espectáculo inhumano. Pero, desde que Cristo murió en ella, la cruz es gloriosa
y fuente inagotable de inspiración, veneración y oración: “Victoria tú
reinarás, oh Cruz, tú nos salvarás…”, dice el canto litúrgico.
La contemplación de Jesús en
la cruz ha sido capaz de inspirar un soneto anónimo de lo más bello que se
escribió en nuestro Siglo de Oro y que hoy quiero recoger como culminación del
Viernes Santo:
“No me mueve, mi Dios, para
quererte
El cielo que me tienes
prometido
ni me mueve el infierno tan
temido
para dejar por eso de
ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme
el verte
Clavado en la cruz y
escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan
herido;
Muéveme tus afrentas y tu
muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y
en tal manera,
Que, aunque no hubiera
cielo, yo te amara
Y, aunque no hubiera
infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque
te quiera;
Porque, aunque lo que espero
no esperara,
Lo mismo que te quiero te
quisiera.
Si nos adentramos en lo más hondo del misterio de Cristo
crucificado, encontraremos la fuerza infinita del amor misericordioso. El mismo
nos dijo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
El Sábado acentúa la figura
emergente de María en este cuadro pintado con la sangre de su Hijo y que está
teñido de sangre de azotes, de espinas y de clavos.
Es el día de María de los
Dolores, nuestra Dolorosa bella y
querida y de la Soledad por la muerte de su Hijo, pero también de la Esperanza.
María junto a la Cruz
“estaba”.
Otros no estaban, habían
huído.
Otros estaban físicamente,
pero muy lejos espiritualmente.
Ella “estaba”, bien cerca,
compenetrada, en comunión
Muchos entraban y salían,
como ante un espectáculo.
Ella estaba en pie, “era la
madre, la mujer”.
Podía avergonzarse, porque a
su Hijo lo insultaban;
Lo habían condenado, y moría
horriblemente entre malhechores.
Ella estaba, serena y con toda dignidad.
Ella sabía la verdad. Mujer
de fe.
Columna de la Iglesia.
Podía gritar, rebelarse,
rasgar sus vestidos,
Como tantas mujeres y madres.
Pero ella sabía que eso no servía, Ella asumía todo el dolor
del Hijo como suyo y “estaba”.
Allí estaba, no crucificada,
pero sí traspasada por la espada de dolor.
Y estaba ofreciendo su dolor
con el dolor de su Hijo.
Redimiendo con el Hijo.
Cuando María contempla a su
hijo muerto y roto, ¿qué otra cosa puede hacer que besar, besar, besar… y lavar
las heridas con sus lágrimas piadosas?
María vive intensamente la
soledad, al sentir el enorme desgarro de la muerte del Hijo. Juan ahora no lo
podía suplir; con el tiempo algo le podrá aliviar.
María penetró en el misterio
de “la soledad”, uniéndose así a Jesús cuando experimentaba el abandono del Padre:
“¿Por qué me has abandonado?”. Esta angustia fue para Cristo como un infierno,
porque destruía su identidad filial. Pues algo así sufrió María, destrozada
cruelmente su maternidad, que era su verdadera razón de ser.
Aprendía a ser madre de
muchos hijos.
La Virgen aprendió a estar
sola para que nadie se sintiera solo. María proyectará su
presencia sobre todos los que sufren la
herida dolorosa de la soledad.
Para
María “la esperanza” era firme, como una luz en el horizonte. Esa esperanza la
mantenía en pie, pero Cristo aún no había resucitado. Era una esperanza, no un
hecho.
Para
nosotros, que creemos en la resurrección, sabemos que todos resucitaremos, pero
es una esperanza. Y esta esperanza ilumina nuestras vidas. Lo mismo que la fe
no quita las dudas, la esperanza no quita los temores.
¡Virgen
de la Esperanza, consuélanos y confórtanos¡
Pero
el proyecto de Jesús no debe ni puede quedar en la Cruz. Si así hubiera
ocurrido hubiera sido un fracaso. Cristo con su muerte da paso a la fiesta más
grande de la Iglesia: la celebración de la Pascua, la Resurrección…
La
liturgia denomina esta celebración como la Noche Santa y en su celebración se
dice de esta noche: “Ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la
inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la
concordia, doblega a los poderosos…”
Ahora
se impone victoriosa la vida nueva de
Cristo resucitado.
Cristo
nos resucita de la tristeza, de la desesperanza, del vacío. Cristo nos resucita
de la esclavitud, del vicio, de la maldad. Cristo nos resucita, sobre todo, del
desamor. El que no ama está muerto. Vivir consiste en amar.
Esta
es la noche de la que estaba escrito:”será la noche clara como el día, la noche
iluminada por mi gozo. Ya no hay noche, porque los poderes de la noche fueron
derrotados”. Ya todo será luz, porque Cristo es el sol que no se apaga e
irradia gozo y vida. Cristo es el Día, “lucero que no conoce ocaso y brilla
sereno para el linaje humano”. Nuestro cielo estará siempre despejado.
Este
es nuestro reto para la Semana Grande: vivir, sentir, orar…
Quiero
terminar con un deseo, sacado no de grandes libros ni de grandes escritores
cristianos, sino de un gran músico,
porque ellos, también nos aportan hermosos mensajes. Es una canción de Bob
Dylan.
DIVINA
JUVENTUD
Que
Dios os bendiga y proteja siempre.
Que
vuestros deseos se hagan realidad.
Que
ayudéis siempre a los demás
y
dejéis que los demás os ayuden.
Que
construyáis una escalera hasta las
estrellas
Y
la subáis peldaño a peldaño.
Que
vuestras manos estén siempre ocupadas.
Que
vuestros pies estén siempre dispuestos.
Que
vuestros corazones estén siempre alegres.
Que
vuestra canción sea siempre cantada.
Que
permanezcáis por siempre jóvenes,
por
siempre jóvenes.
¡GRACIAS!
Pregonero 2013: D.ARGIMIRO MARTINEZ JAREÑO
Fotografia "La borriquita" LUIS BONETE PIQUERAS
Fotografia "La Dolorosa" JAVIER MACIA SANCHEZ